Resentimiento: cuánta vida perdida

Un estado de ánimo histórico, predominante en nuestra cultura, tanto en emociones reactivas a eventos, como manifestaciones de un carácter predominante y de discursos compartidos socialmente es el resentimiento, el cual parte de la ilusión que vinimos al mundo a ser satisfechos, y que no lograrlo es una injusticia o, por lo menos un error. Es tan general y profundo, que atraviesa las situaciones objetivas de cualquier persona de cualquier condición social, económica o de género.
Como la expectativa es que debiera conseguir todo lo que me imagino y la imaginación es ilimitada, siempre voy a estar insatisfecho, cosa de lo más común por lo demás, pero la consecuencia es que lo vivo como un acto de agravio e injusticia de los otros y de la vida. Lo que hace sufrir, sentirse incompleto en cualquier condición y especialmente acusador de las malas intenciones y del descuido de los otros por mi propia existencia.
Una persona resentida se siente desilusionada de los otros, es incapaz de sentir agradecimiento por la vida que tiene, no tiene la posibilidad de preguntarse por su propia responsabilidad en lo que falta, desconfía de las intenciones de los otros, se vuelve escéptica e irónica ante las esperanzas ajenas, acusa de los descuidos y faltas a quien se deje, o a quien le quede.
Una persona resentida es una persona solitaria porque no confía y porque es difícil de soportar para los amigos, familiares, compañeros de trabajo o jefes.
Es un problema imaginar que la vida es como una lámpara de Aladino en que uno espera que todo lo que imagina se vuelve en un deseo que algún genio servicial debiera satisfacer.
No se trata de aceptar las cosas así simplemente como se nos dan, de sumarnos a ese himno creciente de la resignación “es lo que hay”. Sino que de ponerse desafíos, buscar más, pero aceptando como parte de la vida lo que no se da y en cualquier caso liberar a los otros de la obligación de darnos lo que a nosotros se nos ocurre.
Mejor es aceptar la realidad de la vida y para lo que no nos guste, comprometernos en cambiarlo, y entrar en un ciclo de aceptación y búsqueda de cambio que acompañe a la infinita imaginación de una vida mejor. En ese camino, enojarse, descreerse, acusar o alejarse, no ayudan a resolver las propias insatisfacciones.
Como aceptamos antes, que las emociones se manifiestan física y narrativamente, que afectan nuestras reacciones ante las eventualidades de la vida y también nuestra actitud más predominante ante la vida, pero que antes que nada, se trata de hábitos, el esfuerzo que necesitamos es descubrir cuando comienza a manifestarse el estado de ánimo de resentimiento y buscar emociones que pongan la responsabilidad del cambio en mi mismo antes que en las culpas de los otros